El Lazarillo no es anónimo
La paleógrafa Mercedes Agulló documenta que su autor es Diego Hurtado de Mendoza
La paleógrafa Mercedes Agulló documenta que su autor es Diego Hurtado de Mendoza
La noticia es trascendental para la historia de nuestra literatura. El Lazarillo, considerada como la primera novela moderna, embrión del Quijote, no es anónimo, como hasta ahora se ha venido considerando. La paleógrafa más prestigiosa y reconocida en el mundo académico, Mercedes Agulló, documenta en un libro que aparecerá dentro de unos días en la editorial Calambur con el modesto título de "A vueltas con el autor del Lazarillo", que Diego Hurtado de Mendoza -personaje fascinante del siglo XVI- es, con toda probabilidad, su autor. Los papeles encontrados por Mercedes Agulló en la testamentaría del cronista López de Velasco, su albacea, así lo acreditan.
¿Quién era Diego Hurtado de Mendoza?
Don Diego Hurtado de Mendoza era un hombre fascinante. Fue el gran personaje público del siglo XVI. Nació en la Alhambra en torno al 1500. Su padre, Íñigo López de Mendoza, Capitán General del Reino de Granada ejercía de gobernador, y el joven Diego recibió una educación exquisita, contando con los mejores preceptores de la época, como Pedro Mártir de Anglería. Conocía el latín, el griego, el hebreo y el árabe, entre otras lenguas. Fue delegado del emperador Carlos V en el Concilio de Trento y embajador en la corte de Inglaterra, en Roma y en Venecia, donde se convirtió en una personalidad respetadísima, protector de Vasari y Tiziano, entre otros. Escribe Mercedes Agulló en su libro "A vueltas con el autor del Lazarillo" que “don Diego Hurtado de Mendoza era un hombre de una pieza, que no tenía miedo a nada, y que dirigió importantes acciones militares. Representa como pocos el ideal renacentista de unión de las armas y las letras”. Hombre extrovertido y generoso, adoraba a su hermana María Pacheco, mujer del comunero Juan de Padilla, para quien pidió el perdón real. Mecenas de pintores y escritores, lector infatigable de manuscritos, era nieto del Marqués de Santillana, amigo de Gracián y santa Teresa de Jesús, y recibió elogios literarios de Lope de Vega: “¿Qué cosa aventaja a una redondilla de don Diego Hurtado de Mendoza?”. Su vida pública, en cambio, fue todo menos apacible: por ejemplo, siendo gobernador de Siena fue acusado por sus enemigos de irregularidades finacieras y el proceso que exigió para demostrar su inocencia se falló treinta años después con su absolución (1578). Gozó del favor y del afecto del Emperador Carlos V, pero Felipe II, sin embargo, lo detestaba y fue ruin con él. La investigadora cree que el verdadero motivo de su desafecto “era el deseo del rey de hacerse con la biblioteca de don Diego, una de las más destacadas en la época, tanto en impresos como en su valiosísima colección de manuscritos. Le regaló al rey seis o siete baúles llenos de manuscritos árabes”. Tras un accidente se le gangrenó la pierna, que tuvieron que cortársela. A los cuatro días, el 14 de agosto de 1575, murió y fue enterrado en el Monasterio de la Latina. La pierna amputada la habían enterrado antes, en la sacristía de la iglesia de los Santos Justo y Pastor. “¡Ah, cuando le cortaron la pierna gangrenada, no usó más anestesia que el rezo del Credo! ¡Échale temple!”, apostilla Mercedes Agulló.
¿Quién era Diego Hurtado de Mendoza?
Don Diego Hurtado de Mendoza era un hombre fascinante. Fue el gran personaje público del siglo XVI. Nació en la Alhambra en torno al 1500. Su padre, Íñigo López de Mendoza, Capitán General del Reino de Granada ejercía de gobernador, y el joven Diego recibió una educación exquisita, contando con los mejores preceptores de la época, como Pedro Mártir de Anglería. Conocía el latín, el griego, el hebreo y el árabe, entre otras lenguas. Fue delegado del emperador Carlos V en el Concilio de Trento y embajador en la corte de Inglaterra, en Roma y en Venecia, donde se convirtió en una personalidad respetadísima, protector de Vasari y Tiziano, entre otros. Escribe Mercedes Agulló en su libro "A vueltas con el autor del Lazarillo" que “don Diego Hurtado de Mendoza era un hombre de una pieza, que no tenía miedo a nada, y que dirigió importantes acciones militares. Representa como pocos el ideal renacentista de unión de las armas y las letras”. Hombre extrovertido y generoso, adoraba a su hermana María Pacheco, mujer del comunero Juan de Padilla, para quien pidió el perdón real. Mecenas de pintores y escritores, lector infatigable de manuscritos, era nieto del Marqués de Santillana, amigo de Gracián y santa Teresa de Jesús, y recibió elogios literarios de Lope de Vega: “¿Qué cosa aventaja a una redondilla de don Diego Hurtado de Mendoza?”. Su vida pública, en cambio, fue todo menos apacible: por ejemplo, siendo gobernador de Siena fue acusado por sus enemigos de irregularidades finacieras y el proceso que exigió para demostrar su inocencia se falló treinta años después con su absolución (1578). Gozó del favor y del afecto del Emperador Carlos V, pero Felipe II, sin embargo, lo detestaba y fue ruin con él. La investigadora cree que el verdadero motivo de su desafecto “era el deseo del rey de hacerse con la biblioteca de don Diego, una de las más destacadas en la época, tanto en impresos como en su valiosísima colección de manuscritos. Le regaló al rey seis o siete baúles llenos de manuscritos árabes”. Tras un accidente se le gangrenó la pierna, que tuvieron que cortársela. A los cuatro días, el 14 de agosto de 1575, murió y fue enterrado en el Monasterio de la Latina. La pierna amputada la habían enterrado antes, en la sacristía de la iglesia de los Santos Justo y Pastor. “¡Ah, cuando le cortaron la pierna gangrenada, no usó más anestesia que el rezo del Credo! ¡Échale temple!”, apostilla Mercedes Agulló.
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